NO TENGO TDT



He pasado largas horas frente a la pantalla del televisor desde que tengo memoria, o desde que recuerdo.
Actualmente no la veo, porque aún no tengo TDT.
En estos momentos trato de traer aquéllos del pasado que me recuerdan a mi madre.

Recuerdo que mi madre nos plantaba allí a mi hermano y a mi...en el salón...frente a la tele...a la hora de la merienda...con un trozo de pan y un lingotín, cuando apenas aprendíamos el nombre de los números; que subir y bajar no era lo mismo que lejos o cerca; que David el gnomo se convertía en un árbol al morir (lo recuerdo porque mi hermano lloró y yo me mofé porque no quise admitir que yo también lloraba); y que en general: "la cultura es basura".

Recuerdo que mi madre siempre me llamaba la atención porque no paraba de cambiar de postura en el sofá. Era un niño inquieto, decían.
Mi madre decía que era cansino.
El caso es que en uno de esos cambios me resbalé y me empotré contra una silla de madera de cantos salientes y afilados. Recuerdo la cara de mi madre cuando se retractó compungida de su

-"ja t'ho deia jo que parares quet!"- (-i told you to sit still!)

al ver el chorro de sangre que salía de mi frente estilo Mannequen Pis.
me pusieron cuatro puntos.
recuerdo que el sitio era frío, me refiero al ambiente; las paredes blancas y desnudas; una ventana que, dubitativa, dejaba entrar la luz a rastras; un practicante de aspecto pálido, triste, olvidado, entre amarillo pomelo y aliento a jabón.......

(¡¡agh!!... que asco de recuerdo. se me atragantó en la garganta.
Bebo agua.

cuatro puntos me puso el pomelo higiénico ese. sin anestesia ni nada, en esa especie de antesala cutre y sin nombre. lloré. por el dolor y por David el Gnomo. al salir mi madre nos invitó a mi hermano y a mi a un chocolate con media docena de buñuelos. yo comí cuatro.

Pitographies (o com aprendre anglés amb el pito)








café de la mañana

Pablo descorrió las persianas para dejar paso a los primeros rayos de luz por la ventana. Comprobó aun medio soñoliento que las calles ya estaban abiertas y sorbió del café que humeaba en la taza. Los geranios del balcón de la finca de enfrente se desperezaban sin modales, indiferentes a la presencia de una paloma posada sobre las rejas que los retienen. Pablo alzó la taza de café y brindó a la paloma un brindis de reconocimiento. El ave siguió el gesto de reojo, desconfiada, pero no despegó de donde estaba. Se quedó allí, quieta como un bloque de hielo, espiando curiosa el otro lado del cristal de la ventana. Pablo sorbió otro trago, esta vez sin dedicación, y dejó que los pensares matutinos se disiparan como nubes de paso. La paloma abandonó por un momento sus quehaceres de espionaje, retornó a Pablo el gesto anterior desplegando las alas con una sutileza digna de un saludo real, encaró de nuevo la ventana que tenía enfrente, y en no más de dos feroces y casi imperceptibles aleteos se empotró de cabeza contra el cristal. La taza de café se escurrió de la mano de Pablo y el cuerpo inherte de la paloma cayó sobre los geranios con todo el peso de la gravedad.