aquí, ahora, ya! ... y Nunca

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Viaje al Futuro

Hoy desperté a las 9, y ya eran las 10
Amanecí en el futuro
Y lo único que me jode
Es que me lo pasé durmiendo
Y no os puedo contar nada

Maneras de Comer un Yogur


Durante un tiempo he ido apuntando cómo come la gente los yogures. Estos son los resultados:

1. Abrir la tapa, tirarla, y comerse el yogur

2. Abrir la tapa, tirarla, tirar el liquidillo que queda sobre el yogur, y comérselo

3. Abrir la tapa, tirarla, mezclar con la cuchara el liquidillo y el yogur, y comerlo

4. Abrir la tapa, tirarla, beberse el liquidillo, y comerse el yogur

5. Abrir la tapa, chupar lo que ha quedado pegado a ella, y comerse el yogur

6. Abrir la tapa, chupar lo que ha quedado pegado a ella, tirar el liquidillo, y comerse el yogur

7. Abrir la tapa, chupar lo que ha quedado pegado a ella, mezclar con la cuchara el liquidillo y el yogur, y comerlo

8. Abrir la tapa, chupar lo que ha quedado pegado a ella, beberse el liquidillo, y comerse el yogur

9. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, mezclarlo con el yogur, tirar la tapa, y comerse el yogur

10. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, mezclarlo con el yogur, chupar los restos de la tapa, y comerse el yogur

11. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, tirar el liquidillo, mezclar lo de la cuchara con el yogur, y comérselo

12. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, beberse el liquidillo, mezclar lo de la cuchara con el yogur, y comérselo

13. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, comerlo, tirar la tapa, y comerse el yogur

14. Abrir la tapa, recoger con la cuchara lo que quedó pegado, comerlo, chupar los restos de la tapa, y comerse el yogur

15. Agitar el yogur, abrir la tapa, tirarla, y comerse el yogur

16. Agitar el yogur, abrir la tapa, chupar los restos de la tapa, y comerse el yogur

17. Agitar el yogur, abrir la tapa, recoger con la cuchara los restos, mezclarlo con el yogur, tirar la tapa, y comerse el yogur

18. Agitar el yogur, abrir la tapa, recoger con la cuchara los restos, comerlo, tirar la tapa con los restos, y comerse el yogur

19. Agitar el yogur, abrir la tapa, recoger con la cuchara los restos, comerlo, chupar los restos de la tapa, y comerse el yogur

20. Agitar el yogur, hacerle un agujero a la tapa, y estrujarlo para comer el yogur rollo Calipo

Después de todo este análisis, he decidido no comer más yogures, porque lo veo muy complicado

mi mamá ya no me mima

ma
ma-ma
mamá
mi mamá
mi mamá me mima
mi mamá me mima mucho
yo soy mimado por mi mamá
mi mamá y yo nos mimamos
mi mamá es mimada por mi
mi mamá ya no me mima
mimo mucho a mi mamá
mimo a mi mamá
mi mamá
mamá
ma-má

Con los Ojos Cerrados.3: escorpión 2010 (remake/plagio)

Ramón. El escorpión se llamaba Ramón. Sus padres se lo pusieron en un momento de lucidez poética, ya que rimaba con escorpión. Una estupidez para toda la vida. Al menos no le pusieron Alfred, nombre bastante difícil de recordar. Pues bien, Ramón estaba en la orilla del río estudiando las posibilidades de cruzar al otro lado. Pero a Ramón le daba mucho miedo el agua. Una vez, de pequeño, resbaló de las manos de su padre (Papá escorpión) y cayó en un charco. Tragó tanta agua que no le hizo falta hidratarse durante los siguientes tres años. Este accidente traumatizó al pequeño Ramón de por vida. Nunca se acercaba al agua. Siempre bebía con pajita sus cubatas por miedo a caer en el vaso y experimentar de nuevo esa sensación de ahogo. Pero hoy tenía que cruzar el río porque su chica (que no novia) lo esperaba al otro lado con un pijama nuevo que recién había comprado en las rebajas de enero. Y esta imagen había armado de valor al miedoso de Ramón.

La putada fue que por despiste, Ramón había perdido el último tren a la otra orilla del río, y el aviso de bomba terrorista en la terminal aérea del pueblo había provocado la cancelación de todos los vuelos. Así que Ramón no tenía otra opción. Si quería ver a su chica (este termino que quede claro, chica eh!, no novia) tendría que cruzar el río a nado.

Pasaba por allí por casualidad una rana paseando a su Mantis Religiosa Macho para que esta hiciera (o hiciese) sus necesidades. La rana, de nombre, Rana (las ranas tienen un lenguaje más reducido que el de los escorpiones y no hay nombres, así que se llaman todos rana) Pues eso, como iba contando, la Rana vio al escorpión mojando temeroso sus patas en el agua y como era una rana buena se acercó y le preguntó:

- Que haces escorpión? No te acerques mucho al agua o te tragará - dijo la Rana.

- Es que quiero cruzar al otro lado del río para ver a mi chica (quedó claro, no?) en su nuevo pijama - se explicó Ramón.

La Rana, conmovida por el pequeño placer que brillaba en los ojos del escorpión se ofreció voluntaria para ayudarle.

- Mira. Yo tengo una solución. Si quieres te subes a mi lomo y yo te llevo hasta la otra orilla.

- Harías eso por mi. Gracias, gracias. No se como te lo puedo agradecer - dijo Ramón con la esperanza renovada de ver a su, ya sabes, en la otra orilla.

- Yo esto lo hago porque soy una rana buena y eso y me gusta ayudar a la gente y eso. Pero eso si, tendrás que tener cuidado de no picarme con tu cola, porque eso podría matarme y hundirnos a los dos en el fondo del río.

- Prometo no picarte con mi veneno, Rana - se apresuró a afirmar Ramón.

Lo que Ramón ignoraba es que su naturaleza de predador acabaría por traicionarlo. Así que la Rana, después de atar a su Mantis Religiosa Macho junto a un árbol de esos artificiales que hay para que meen los perros (y en este caso las Mantis también) se arrimó al escorpión y dejo que este se subiera a su lomo. La Rana indicó a Ramón que se agarrara fuerte y dio un salto y aterrizo en el agua.

Ramón se agarraba bien fuerte con sus patas al lomo de la rana. El miedo le corría por todo su cuerpo. Acuérdate que cayó en un charco de pequeño y el trauma aún le dura, eh! Su cola, con esa aguja llena de veneno, la llevaba bien en alto, tiesa y negra como el palo de una bandera pirata. La Rana nadaba despacio, sobre todo porque el daño que le infligía las uñas de Ramón clavadas en su piel le impedía nadar a más velocidad. Ramón miraba para un lado y para el otro, dándose cuenta poco a poco que ambas orillas quedaban demasiado lejos para salvarse en caso de accidente. Y se agarraba más fuerte de pensar en su muerte, y la Rana nadaba más despacio por el dolor, y la cola poco a poco perdía su erección y se iba doblando, gotas cayendo de la punta del aguijón, y en la orilla la Mantis Religiosa Macho echaba un pis en el árbol de la orilla (ya ves, por darle un poco de vidilla a la Mantis que aún no había hecho nada) y la Rana sentía la tensión en su espalda, y las gotas del temido veneno cayéndole en el lomo, como gotas de sudor, y Ramón acojonado y sin control, pensando en el nuevo pijama de su chica para distraerse del miedo que recorría sus piernas, y de vez en cuando en la tabla de multiplicar del seis - aunque esto ya no funcionaba - porque no paraba de pensar en que iba a ahogarse, y miraba el escorpión a la Rana y la Rana miró al escorpión.

Ramón no podía concentrarse más. La tentación se le había subido a la cola y el aguijón se preparaba para la estocada. La Rana, exhausta por el esfuerzo se había detenido en mitad del río, y miraba a Ramón con cara de preocupación, y con cara de estar cagándose en todos sus muertos por ser una rana buena y querer ayudar a los demás. Y Ramón miró a la Rana. Y ambos se miraron. Y supieron lo que iba a pasar. El aguijón se clavó con una perfección que ni el mismísimo House hubiese logrado con su bisturí.

- Lo siento- dijo Ramón a la Rana - está en mi naturaleza picar.

Y ambos se hundieron en el río. La Rana paralizada de pies a cabeza, y Ramón enganchado a su lomo por las patas, se perdieron en el fondo del río. Y mientras Ramón se ahogaba sintió que su trauma se había curado, porque no sintió ningún miedo al ser engullido por las aguas. En su cabeza sólo había una imagen, la de su chica vistiendo ese pijama nuevo de las rebajas de enero.

FIN

Ah si! Se me olvidaba. La Mantis Religiosa Macho quedó olvidada en la orilla hasta que un buen día vino una Mantis Religiosa Hembra, lo violó para quedarse preñada, y luego lo mató porque era una Mantis Religiosa trabajadora y tenía suficiente dinero para la manutención de los hijos.

AHORA SI............................... FIN

Con los Ojos Cerrados.2: conejo 2010 (62.405)

El mago de la chistera negra siempre quiso sacar el número de lotería ganador.

El conejo blanco guardaba dentro de su atuendo de mayordomo domesticado la clave para tal conocimiento.

Cada noche el mago sacaba al conejo blanco de su chistera negra, arremangadas las mangas un tercio a la inversa, como en los mejores caseríos, y las solapas a tercio partido como mandaba el protocolo mediático. Era 2000 y algo.

Todas las noches de espectáculo el conejo surgía de la chistera y deslumbraba al público con la más brillante de las sonrisas, casi inintencionadamente. El público aplaudía con efusividad la aparición del conejo de lino, un conejo de granja como cualquier otro, pero con el número ganador de lotería bajo el brazo.

La familia del mago era tan pobre, y pasaba tanto hambre que en un fatídico día de pascua de 2000 y algo más, engulleron los huevos escondidos del conejo para saciar sus estómagos vacíos.

Tal fue la diarrea familiar, que nadie supo componer de vuelta los pedazos de la combinación ganadora.

Y en un huevo sin cocer se perdió una vida feliz y sin dinero.

Con los Ojos Cerrados.1: pescadito 2010 (un cuento ya contado)

Érase una vez un pescadito que vivía en una pecera. Pero no había vivido siempre ahí. El pescadito de este cuento nació en el ancho océano azul, hijo de una mamá pez de color amarillo, y un papá pez de color naranja y negro. Se podría decir que era un pescadito mestizo, pues heredó el amarillo materno de cabeza a cola, decorado con puntitos negros y naranjas salteados por sus aletas, de herencia paterna sin duda alguna. Pero bueno, este no es un cuento sobre el mestizaje, así que dejémonos de colores y volvamos a la pecera.

Te estarás preguntando como llegó pues el pescadito a una pecera. La culpa la tiene una ola de muy malas pulgas que lo arrastró de imprevisto hasta unas corrientes submarinas que lo alejaron de su lugar de origen. Su mamá y su papá pasaron el resto de sus días buscándolo, pero fracasaron en el intento. Meses más tarde tuvieron mellizos y la pena se les hizo, si no más pequeña, más llevadera. Pero bueno, en fin, rescatemos el cuento a partir de la ola maligna que alejó a nuestro pescadito de su lecho.

El pescadito deambuló solo por el inmenso mar, tan inmenso que el pescadito lo creía infinito. Él nadaba y nadaba pero parecía que aquéllo tan líquido y tan azul jamás terminaba. Triste y cansado se dejó abrazar por el desánimo y se tumbó boca arriba en la superficie de un mar desconocido. Al principio le costó el no respirar, y poco a poco el sol le iba quemando la tripita. Pero el pescadito estaba dispuesto a cometer suicidio a pesar de los quemazones y la angustia de la falta de oxígeno. Tras unas horas sintiendo como la vida se le escurría entre sus aletas amarillas con manchas negras y naranjas, los ojos tornados hacia dentro, con el sol en la retina y las branquias encogidas de no respirar, el pescadito notó como una mano extraña lo sacaba del agua y lo metía en un cubo de plástico de color blanco. El pescadito casi se ahoga al tragar tanto agua, pero por un instante recobraron sus branquias la capacidad respiratoria y pudo el pescadito mirar por un instante (bueno otro instante pues ya tuvimos uno) el rostro de quien lo había rescatado de una muerte inminente. El viejo se llamaba Matías. Matías vivía en una casa fuera de cualquier contacto urbano, en mitad del monte, del mar, de la nada. Matías era un viejo solitario, y esa mañana había salido con su cubo blanco a recoger unas manzanas. Y cuál fue su sorpresa al ver al pescadito dándose de cabezazos contra las rocas de la costa donde crecía un manzano de manzanas macizas. Rápido se agachó, vació el cubo de las pocas manzanas que había recolectado hasta entonces, lo llenó de agua y rescató al pescadito de su suicidio inminente.

Matías lo llevó a su casa, sacó una vieja pecera que conservaba de sus tiempos de chiquillo (a su madre le agradaba de usarla como florero, y a Matías le agradaba del olor de las flores que su madre cambiaba cada día), y metió al pescadito dentro. El pescadito sintió un leve perfume a pétalos de rosa, un perfume desconocido para él, pues jamás había olido una rosa en su vida. Pero bueno, este pescadito era muy inteligente y sacó sus propias conclusiones de inmediato. Al principio el pescadito, asustado y perdido, empezó a darse de cabezazos contra el cristal de la pecera. No, esta vez no era suicidio, sino incomprensión. El pescadito nadaba como loco por toda la pecera sin comprender que el contenido por donde nadaba estaba contenido en un continente de medio metro de anchura. Y no hablo de América, o Europa, o Asia, o África, u Oceanía, o incluso ese continente perdido de cuyo nombre no quiero acordarme... sino de una pecera travestida durante años de florero. Un tarro, vamos.

Luego llegó la curiosidad. El pescadito miro a su alrededor. El cristal de la pecera maximizaba todo tamaño en el exterior, así que imagínate las dimensiones de esos muebles polvorientos que acumulaba el viejo Matías, de viejo, por todos los rincones. Y la mecedora donde el viejo, Matías, de viejo, pasaba tardes enteras. Y la amenazante pasividad de las manijas del reloj de la pared que el viejo, Matías, de viejo, había olvidado de darle cuerda años atrás. Eran las seis. Siempre eran las seis. Las seis de la mañana, o las seis de la tarde, pero siempre las seis. Una cosa que el pescadito nunca supo es que el reloj marcaba las seis porque fue a esa hora
que el doctor paró el reloj porque la mamá del viejo, Matías, de vieja, había muerto.

Pero lo que más impresionó al pescadito fue el loro gigante que Matías tenía revoloteando por la habitación. El loro se llamaba Juancho, o al menos eso parecía llamarle el viejo, y volaba con tal gracia que el pescadito quedó prendado de tanta gratitud. Yo también quiero volar, se dijo el pescadito a si mismo. (Bueno este pensamiento es mas bien una interpretación del autor, pues no hallé diccionario de la lengua oficial subacuática). Entonces el pescadito se puso a aletear sus aletas a modo de alitas, con tal entusiasmo que salió volando de la pecera. De pronto la inmensidad de los muebles, la mecedora, las agujas del reloj (que seguían marcando las seis por una razón que el pescadito siempre desconoció) el loro, e incluso el mismísimo Matías disminuyó hasta convertirse casi en piezas de lego, el pescadito aleteaba sus aletas como si fueran alitas y subía y subía y subía y subía, y daba brincos, y volteretas, con la cabeza siempre bien erguida, como si algo lo estuviera agarrando del pescuezo y arrastrándolo para arriba, a los lados, retorciéndose, como si algo lo estuviera sacando del agua a la fuerza, sin permiso, y el pescadito empezaba a sentir el dolor del metal hincado en su boquita, mojada, que sangraba, con la frescura del agua y la sangre caliente que le chorreaba por los morros, y las alitas aleteaban ya no como si fueran alitas sino como espasmos de supervivencia, pero la caña de
pescar era de buena calidad (comprada en El Corte Inglés a un precio de trescientos diez euros, en rebajas) y tiraba y tiraba, y el pescadito se retorcía, negando su muerte, arrepentido del intento de suicidio, echando de menos la imagen imaginada del viejo, Matías, de viejo, en su mecedora imaginaria con un loro inexistente voleteando alrededor de su cabeza hacia eso de las seis, y todo esto cuando una mano extraña le arrancó el anzuelo de cuajo y le echó a un cubo blanco donde otros pescaditos yacían difuntos.

Y es que en el fondo para que empiezo a contar el cuento de un pescadito cuando todos sabemos que son los "pececitos" los que siguen aleteando sus aletas en el ancho océano azul. Los pescaditos se comen. Buen provecho.

Vivencias que No recuerdo.1: conversación olvidada

No recuerdo nada de la conversación que mantuvimos el primer día que la vi. Ella llegaba con prisas, o quizás se iba con ellas, y yo andaba tan nervioso y torpe y atropellado en mi intento de plática que apenas articulaba dos sílabas en el orden correcto, o en el correcto orden. Será por eso que no recuerdo nada de nuestra conversación, porque fue más bien el balbuceo infantil de un niño frente a la golosina más preciada.
No diré que me pareció una joven hermosa, o de curvas llamativas, o de ojos dulces como la miel, o de pequitas apetitosas... No. Eso haría vomitar a cualquiera. Lo único que sé es que sentí una especie de descarga eléctrica que me excitó tanto que me dejó sin fuerzas al instante. El por qué, no tengo ni la más remota idea, y la verdad es que no me importa lo más mínimo. Lo único que me importa es que no recuerdo nada de la conversación que mantuvimos ese día. Y hacía tanto tiempo que mi líbido no vencía a mi memoria, que me alegro de no recordar nada.
No sé por dónde anda ella ahora, si lo hace con prisas, como aquel día, o si es más pausada. Pero sé que esa conversación la guardaré siempre en la desmemoria de lo intenso.